martes, 25 de marzo de 2008

EL GENIO Y LA MENTIRA


Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. J.L.B.


“El único placer de la vida en Ginebra es que allá cada cual puede morir
 como se le dé la gana. Hay mucha gente que ni siquiera llama al cura” 

Voltaire


Me estaba mintiendo. Seguramente me estaba mintiendo. Pero yo en ese momento – y quizás nunca lo sabría – no estaba seguro, y además me daba lo mismo.

- En el libro del lingüista alemán Hans Biermann sobre los famosos manuscritos del Romanzo di Lucca de Pietro dell´Africa, está, muy sinuoso, pero está. Pietro dell´Africa, que su nombre real era Al-e-Mozaffar, ni siquiera era africano. Había nacido en Yazd, la llamada Perla del Desierto, en lo que hoy es Irán. El nombre cristiano se lo había puesto en bautismo forzado el obispo de Pisa, que era su protector.

Mientras me hablaba, con su voz aturdida por las ideas en un quasi tartamudeo estudiado y en una aparente desarmonía con el fluir su escritura, jugueteaba con sus manos grandes y temblorosas, de piel muy blanca, y llenas de esas pecas que la edad unge, en la lisura curvada por el constante manoseo de su bastón de caña.

- ¿Qué hora es? – me preguntó, inclinando su cabezota hacia mí mirándome sin poder mirarme.

- Las tres – dije mientras el carillón del reloj de La Torre de Los Ingleses me daba la razón.

- Tenemos veinte minutos. Ella es muy puntual.

Este cuento completo será publicado en breve en edición impresa en la antología "De animosos y desanimados"